Laudato Si fue la primera encíclica dirigida a todos los habitantes del planeta. Nos convocó a un diálogo entre todos para construir una nueva sociedad humana, ante la grave situación de la naturaleza y de la humanidad. Saltando las fronteras de las naciones, la diversidad de las culturas, las diferencias religiosas, conmovió al mundo. Nos urgió a pensar al planeta como patria y a la humanidad como pueblo y a hacer posible el acceso de todos los habitantes al ejercicio de todos los derechos y a la convivencia armoniosa con la naturaleza.
El testimonio personal de coherencia, austeridad, sencillez y fraternidad con los más lastimados por el sistema global tecnocrático y su inmensa capacidad de escuchar, hizo que todos, en todos los rincones de la tierra, sintiéramos que algo de lo que pensábamos era devuelto amplificado con amor. La fuerza y la esperanza que contenían sus palabras, tanto en la descripción de la crisis socioambiental como en las posibilidades de superarla, devolvieron a muchos la confianza en la capacidad de cambiar el rumbo que llevamos, de decidir acerca del futuro.
Diez años después Laudato Si continúa siendo un proyecto universal de justicia y equidad para la humanidad y de cuidado de la naturaleza. Pueblos de todas las culturas la reconocen como inspiración para afrontar los desafíos a la continuidad de la vida sobre la tierra, amenazada por la economía global que destruye, excluye, hambrea y esclaviza.
Sin embargo, el sistema global ha logrado retener la decisión para las grandes corporaciones y los grandes estados. Las consecuencias están a la vista. Hace dos años Francisco las presentó en su Reflexión Apostólica Laudate Deum: “Han pasado ya ocho años desde que publiqué la Carta encíclica Laudato si’, cuando quise compartir con todos ustedes, hermanas y hermanos de nuestro sufrido planeta, mis más sentidas preocupaciones sobre el cuidado de la casa común. Pero con el paso del tiempo advierto que no tenemos reacciones suficientes mientras el mundo que nos acoge se va desmoronando y quizás acercándose a un punto de quiebre.” (LD, 2)
Uno de los instrumentos más eficaces que emplea el sistema tecnocrático global para retener el poder y controlar a los estados y con ellos a las organizaciones multilaterales, es la deuda externa de todas las naciones, que con la complicidad o la resignación de los gobiernos de muchos estados, es incrementada de modo constante sin beneficio alguno para los pueblos. Por el contrario, es un eficaz instrumento de presión para imponer condiciones abusivas en la extracción de bienes naturales en los territorios de las deudores, con métodos que dañan irreparablemente a la naturaleza y a la población de las regiones sujetas a explotación. Baste recordar la evaporación en piletones de millones de litros de agua de la salmuera extraída en los salares para obtener litio, afectando definitivamente los frágiles humedales de altura. O la extracción de gas y petróleo mediante la fractura de las rocas que los contienen en el subsuelo. O la invasión de humedales y la tala de bosques para la agricultura extensiva con uso intensivo de herbicidas, pesticidas y fertilizantes químicos.
El papa León XIV acaba de recordarnos la propuesta de Francisco sobre la deuda externa: exigir su remisión para que los gobiernos apliquen esos fondos a la reparación de la deuda ecológico-social que han dejado en nuestras naciones. (Mensaje de León XIV a la reunión en Río de Janeiro de los Rectores de la Red de Universidades para el Cuidado de la Casa Común, 20/5/2025).
La propuesta se agrega a los caminos que Francisco nos señaló en Laudate Deum para afrontar la situación: “A mediano plazo, la globalización favorece intercambios culturales espontáneos, mayor conocimiento mutuo y caminos de integración de las poblaciones que terminen provocando un multilateralismo “desde abajo” y no simplemente decidido por las élites del poder. Las exigencias que brotan desde abajo en todo el mundo, donde luchadores de los más diversos países se ayudan y se acompañan, pueden terminar presionando a los factores de poder. Es de esperar que esto ocurra con respecto a la crisis climática. Por eso reitero que «si los ciudadanos no controlan al poder político —nacional, regional y municipal—, tampoco es posible un control de los daños ambientales». (LD, 30)
Más que nunca es necesaria la acción y el compromiso de nuestra Iglesia para incidir en el inicio o fortalecimiento de procesos que hagan posible el reemplazo paulatino de las metodologías de extracción y utilización de los bienes naturales. Es decir, mediante la creación de nuevos sistemas de energía, de minería, de agricultura y ganadería, de transporte, continuando el desarrollo de una nueva economía, solidaria y equitativa, aún incipiente pero esperanzadora.
En el décimo aniversario de Laudato Si profundicemos nuestro compromiso con nuestra naturaleza y nuestro pueblo dando testimonio mediante nuevos procesos de transformación de la situación y acciones de incidencia para el cuidado de la casa común y el acceso de todos a todos los derechos. Remar contra corriente y las Rutas Laudate Deum y Fratelli Tutti señalan el camino.
Humberto Podetti